sábado, 1 de octubre de 2016

Comentario a las lecturas del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. 2 de octubre de 2016

Las lecturas de este domingo tienen una clara conexión con nuestro deseo de crecer en la fe y con nuestra vida eclesial y con la labor pastoral. Son de vital importancia para que madure la semilla de la fe que Dios ha plantado en nuestra vida. El tema nuclear de hoy es la Fe, Fe que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra, nos lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios, a través de su Iglesia, nos propone para creer. Esa Fe tiene diversas e indispensables consecuencias para nuestra vida espiritual. 
La primera lectura parte  de los grandes interrogantes desde el sufrimiento y la desgracia! .Presenta al creyente que “vive por su fe”, permanece a la escucha de la palabra de Dios: “Escucharemos tu voz, Señor”, dice el Salmo. También en este domingo se aviva en nosotros “el fuego de la gracia de Dios”, su Espíritu “que habita en nosotros”, nos recuerda que es necesario actualizar siempre la gracia y la misión recibida! (2ª Lectura). Desde el evangelio se nos impulsa a tomarnos en serio la fe, viviendo y amando como Jesús nos ha mandado, como “pobres siervos que han hecho lo que tenían que hacer”).Nos recuerda evangelio lo importante y trascendental que es la fe para el hombre. Concluye con una parábola en la que nos enseña que habiendo hecho lo que el Señor nos pide, hemos hecho lo que teníamos que hacer
 
La primera lectura es del Profeta Habacuc  (Hab 1, 2-3; 2, 2-4). Es una lectura reconstruida sobre el texto del profeta en la que aparece primeramente una lamentación, una queja por la opresión y la violación del derecho en Judá. Habacuc es un profeta de los siglos VII-VI a. C. Pero es un profeta que no habla al pueblo, sino que habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que ven sus ojos. Así es todo el libro. ¿Hay respuestas para el hombre de Dios que quiere defender los valores radicales de la vida? La respuesta de Dios, según la experiencia teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que, quien sepa mantenerse fiel en medio de la injusticia y la violación de los derechos, vivirá. La promesa de vida es la síntesis más completa de toda la predicación del profeta. Es una promesa a Israel, pero es una promesa que incumbe a todos los hombres: el mal nunca se apoderará de la historia definitivamente.
Habacuc es un profeta que ha detectado la catástrofe final, pero que, a diferencia de Nahúm, ha contemplado también la aurora de un porvenir más feliz (escribe hacia los años 625-612).
De la totalidad del relato en forma de diálogo de 1,2-2,4, el texto presentado recoge la queja del profeta (1,2-4) y la respuesta de Dios 2,1-4.
"¿Hasta cuándo... por qué...?" Las fórmulas son comunes, pero no tópicas. A través de la situación concreta del profeta que ha de contemplar desgracias, trabajos, violencias, catástrofes, luchas y con- tiendas sin que Dios dé muestras de percatarse de su situación, que es la de su pueblo, como si fuera impotente o distraído sólo sabe repetir: ¿por qué... hasta cuándo...? Es el interrogante que brota de la experiencia del mal humano cuando no aceptamos vivencialmente la respuesta de la fe dando sentido al dolor.
El profeta espera, con ansiedad, la respuesta divina ya que el cambio de poder político no ha sido una respuesta válida; los nuevos amos han instaurado una nueva era de violencias. El problema, ¿tiene alguna solución? Habacuc no lo sabe, pero adopta la postura de confianza en un Dios, juez justo, que castiga toda forma de opresión. "El arrogante tiene un alma torcida; el inocente, por fiarse, vivirá" (v.4).
La confianza de Habacuc es en todo caso aleccionadora: a pesar de lo bien que viven los orgullosos idólatras del poder, su camino lleva a la muerte, mientras que el justo vivirá si se mantiene fiel al pacto de la alianza. Aleccionador, porque Habacuc desconoce toda idea de resurrección o de inmortalidad. No recomienda, pues, vivir bien para adquirir el premio de la vida eterna. Para él sólo merece el nombre de vida la que se lleva de acuerdo con la impronta que ha infundido Dios creador y legislador en las criaturas. Amar a Dios y sentirse amado por él. Este es el premio de Habacuc.
 
El responsorial es el salmo 94 (Sal 94, 1-2. 6-7. 8-9) . Este salmo era utilizado por los judíos en las ceremonias de renovación de la Alianza. Encontramos en este canto una especie de evocación del ritual utilizado. Los levitas, organizadores del culto en el Templo, invitan a la asamblea a participar activamente en la celebración: "venid, aclamad, gritad... entrad, prosternaos"...
El salmo, nos recuerda que nosotros somos el pueblo de Dios y que él nos quiere guiar, como hace un pastor con su rebaño, para introducirnos en la tierra prometida. El, que nos ha pensado desde siempre, sabe cómo tenemos que caminar para vivir en plenitud, para alcanzar nuestro verdadero ser. En su amor nos sugiere qué hacer, qué no hacer y nos señala el camino a seguir.
Si uno escucha su voz -dice el salmo en su conclusión-, entrará en el "reposo" de Dios, es decir, en la tierra prometida, en la alegría del Paraíso.
Dios le hace sentir su voz a cada uno. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: "En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo pero a la cual debe obedecer y, cuya voz, lo llama siempre que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal; cuando es necesario le dice claramente a los sentidos del alma: haz esto, evita aquello. En realidad el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón.." (GS 16).
¿Qué tenemos que hacer cuando Dios habla a nuestro corazón? Simplemente tenemos que ponernos a la escucha de su Palabra sabiendo que, en el lenguaje bíblico, escuchar significa adherir enteramente, obedecer, adecuarse a lo que se nos dice. "Ojalá escuchéis hoy su voz"
Enseguida después de estas palabras el salmo continua: "No endurezcáis el corazón". Se puede oponer resistencia a Dios, uno puede cerrarse a Él y negarse a escuchar su voz. El corazón duro no se deja plasmar.
A veces no se trata ni siquiera de mala voluntad. Es que cuesta reconocer "esa voz" en medio de muchas otras voces que resuenan dentro. Muchas veces el corazón está contaminado de demasiados ruidos ensordecedores: son inclinaciones desordenadas que conducen al pecado, la mentalidad de este mundo que se opone al proyecto de Dios, las modas, los "slogan" publicitarios.
Nunca tengo que olvidar que Dios está dentro de mí. Tengo que hacer callar todo en mí para descubrir la voz de Dios.
Espléndidamente lo expone San Agustín en sus confesiones: " ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti."  (San Agusán Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo. Libro 7, 10. 18, 27).
¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz?
Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración.
Esto requiere una gran rapidez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle sí a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos.
 
La segunda lectura es de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo  (Tim 1, 6-8. 13-14). Por segunda vez Pablo dirige una Carta a su discípulo Timoteo. En el texto se ponen de manifiesto los elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido el encargo de Pablo para dirigir una comunidad cristiana. Se habla del don de Dios que ha recibido, y que nos es un don para temer, sino para luchar con fuerza y energía por los valores del evangelio frente a este mundo. Defender los valores morales en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”. Ese depósito, no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el Evangelio de Jesucristo liberador. Es eso lo que hay que defender con energía frente a otros evangelios mundanos que no liberan.
En la pericopa que hoy leemos San Pablo le recomienda a Timoteo tres virtudes pastorales:
*Mantener vivo lo recibido: “Reaviva la gracia de Dios que reside en ti por la imposición de mis manos”. La gracia ministerial, don de Dios, exige nuestra respuesta y cooperación. Puede entibiarse y perder dinamismo, inquietud, esfuerzo, celo, unción.
*Valentía : Consecuencia de la tibieza es el miedo y retraimiento. Pablo quiere que Timoteo fiando en la fuerza de Dios, haga honor a su elección: “No nos dio Dios espíritu de encogimiento, sino de fortaleza, de caridad, de amonestación” (v.7). Nunca debe Timoteo ruborizarse de dar testimonio de Jesús; ni que ello le comporte ser perseguido y encadenado como Pablo (v.8).
*Fidelidad a lo recibido como doctrina: Mucho insiste Pablo en este deber pastoral de la fidelidad. La Doctrina de la fe es un sagrado “Depósito”: El “Depósito” de la verdad revelada. Este tesoro debe ser aceptado con amor y gratitud; y debe ser guardado con diligencia y fidelidad. Timoteo lo ha recibido de Pablo, como Pablo lo recibió del mismo Cristo y de la Tradición de la Iglesia. Timoteo debe en su predicación y conducta transmitirlo íntegro y puro: “Toma como pauta directriz las sanas enseñanzas que de mí oíste y vive conforme a la fe y caridad cristiana” (v.13). El Espíritu Santo asiste a los ministros de la Iglesia para garantizar esta fidelidad: “Guarda el valioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que mora en nosotros” (v.14).
 
El Evangelio según San Lucas  (Lc 17, 5-10) es un conjunto literario con dos partes:
1) el diálogo sobre la petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño grano de mostaza;
2) la parábola del siervo inútil.
Lo primero que debemos considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse verdaderamente de Dios.
La fe que mueve montañas debe cambiar muchas cosas. La comparación del que, por la fe, arranca una morera o un sicómoro y lo planta en el mar, da que pensar. Un sicómoro no puede crecer en el mar. En realidad es un símbolo de Israel y este no es un pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad que tiene, como la de la higuera que protege con su sombra, es como un reto: son árboles de secano, de estío, protectores… pero no pueden estar en el mar, se
pudrirían. Es un imposible, como un “imposible” es el misterio de la fe, de la confianza en Dios. Cuando todo está perdido, cuando lo imposible nos avasalla, “confiar en Dios” pone en entredicho una religiosidad de oropel, de cosas, de ritos, de ceremonias, de purificación. La fe es algo del corazón, donde está la sede de lo mejor y de lo peor en la Biblia. Por ello, tener fe, confianza (emunah), y pensar que una morera puede ser trasladada al mar y crecer allí es poner en entredicho la religión vacía. Sin la fe, la religión no lleva a ninguna parte. Y muy frecuentemente sucede que se tiene “una religión”, pero en ella no habita la fe.
 La parábola conocida como del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo que llega cansado del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de haber cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación social. ¿Qué sentido puede tener esto en el planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que el patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta lectura.
Se parte de la costumbre de aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer era servir (se usa el verbo diakoneô), porque era su oficio, y el amo ser servido.
Las exigencias del servicio de Jesús son radicales. Y, sobre todo, centradas en Él. Se le sirve a Él sirviendo a los hermanos. Él se encargará de repartir los premios como se ha encargado de repartir los trabajos. Vivir de verdad pendiente de su Señor es la más profunda alegría de sus siervos–amigos y hombres de confianza (Jn 15,14-15). Jesús les reveló que ya no serían siervos sino amigos suyos porque participaban de todos los decretos recibidos del Padre. En un mundo, como el nuestro, en que todo se mide por transacciones de todo género, estas palabras parecen escandalosas. Y sin embargo siguen siendo vigentes. Hoy también los discípulos de Jesús han de estar en estado de servicio permanente. Esta es la novedad de Jesús entonces y ahora.
 
Para nuestra vida.
En la primera lectura dentro de la predicación de los profetas, Habacuc aporta una doctrina nueva: se atreve a pedir a Dios cuentas de su gobierno del mundo. Ciertamente, Judá ha pecado, pero ¿por qué Dios, que es santo, que tiene ojos demasiado puros para ver el mal, escoge a los caldeos bárbaros para ejercer su venganza? ¿Por qué ha de castigar al malo otro peor que él? ¿Por qué parece que Dios ayudase al triunfo de la fuerza injusta?... Es el problema del mal, planteado en el plano de las naciones. El escándalo de Habacuc es también el de muchos modernos.
La lectura presenta un hecho repetido en la historia humana y es que el hombre de todas las edades espera una respuesta divina, ¿por qué siempre sale conculcado el derecho? ¿por qué siempre los grandes perdedores son los pobres e inocentes? El cambio de poder político nunca suele solucionar el problema: los indigentes, pobres... siempre cargan con la peor parte. Además con el triunfo nace la arrogancia, la prepotencia y hacen de su fuerza su Dios. Y ante el altar de este Dios todo el mundo debe humillarse. No admiten réplica ni oposición. La injusticia nunca puede derrocarse con las armas de fuerza, del querer imponer una ideología del tipo que sea
A veces las circunstancias de nuestra vida, circunstancias difíciles, nos pueden hacer pensar que el Señor está lejos o, inclusive, que Dios no existe, o que no nos escucha.  La Lectura del Profeta Habacuc nos enseña a esperar el momento del Señor.  El Señor siempre está presente con el auxilio de su Gracia, aunque en algunos momentos no lo sintamos.  En los momentos difíciles de nuestra vida sepamos esperar el momento del Señor con una Fe paciente, perseverante y confiada en los planes de Dios... y, sobre todo, en el tiempo de Dios.
 
La segunda lectura nos recuerda que Dios nos ha dado un espíritu de energía, amor y buen juicio. El autor refleja la necesidad de avivar los ministerios a fin de cumplir la tarea con fidelidad. Fueron momentos nada fáciles. La persecución sangrienta y la aparición de graves síntomas de descomposición por la presencia de los gnósticos, que ya Pablo hubo de afrontar en sus cartas a los Corintios. Los encargados de velar por la integridad de la fe de los seguidores de Jesús deben estar siempre alerta y atentos ante las dificultades. Para ello recibieron una gracia y fuerza especial. Es el momento de avivarla, porque la llevan dentro. Todos los que han recibido algún ministerio en servicio de los hermanos en la Iglesia están expuestos a los mismos peligros y deben reavivar la gracia recibida de manera constante y diligente. Por eso esta lectura se debe proclamar constantemente en la Iglesia, porque siempre será necesaria. Y se puede extender a todos los creyentes y discípulos de Jesús hoy la gracia recibida en el bautismo, sigue viva y hay que actualizarla movidos por la responsabilidad y la confianza. Sigue viva y eficaz en medio de vosotros para testimoniar la verdad del Evangelio en este mundo nuestro.
 
El evangelio nos recuerda que los apóstoles son sabedores de las dificultades que conlleva la decisión de seguir a Jesús. ¡Cuán difícil es abrirse a la fe! ¿No se nos antoja que cada día resultará más difícil abrirse a la fe en medio de un mundo en rápida evolución? ¿Es ésta toda la verdad? Las dificultades son grandes, pero Dios es el Otro que está mucho más allá y mucho más cercano a la vez; trascendente y en la intimidad del hombre. Un Dios desconocido y que el hombre necesita. La fe siempre ha de ser una respuesta libre para que sea auténticamente humana.
Jesús, en el tema de la fe, más que cantidad, exige calidad de fe, que es lo que encierra la intencionadamente exagerada sentencia gráfica: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diriais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería (Lc 17,6). En esta expresión de frase hecha, Jesús nos pide: Más calidad, más revitalización de nuestra de fe mortecina, más purificación, más valentía para dar testimonio de nuestro Señor (2Tim 1,8), pero sobre todo  más humildad, menos fe interesada y más fe agradecida, reconociendo con el evangelio  que somos siervos inútiles (17,10) y pobres. Sea, pues, nuestra jaculatoria frecuente la de los Apóstoles: Señor, auméntanos la fe, la fe de calidad. Y Pidámosla a través de santa María, “icono perfecto de la fe”, como concluye el Papa Francisco en su Encíclica Lumen Fidei.
Jesús quería partir de la experiencia cotidiana del servicio, para mostrar al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no se puede plantear con afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de gracia. El buen discípulo se fía de Jesús y de su Dios. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello. Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de que Dios nos sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que tengamos que presentar méritos; sin que sea un salario que se nos paga, sino por pura gracia, por puro amor. Así es como Lucas ha entendido este conjunto en que pone en conexión el diálogo sobre la fe con la parábola del siervo (que no es inútil). Con Dios no vale do ut des, sino lo que cuenta es abrirse a Él como lo que somos y con lo que somos… y se nos invita, por gracia, a sentarnos a su mesa, lo que no ocurre precisamente en las relaciones sociales de este mundo de clases.
Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer. Esta breve parábola de Jesús, para iluminar la actitud constante de servicio, ha sido hábilmente elegida e introducida en el programa para el discipulado. Jesús conocía muy bien las dificultades para realizar un servicio que fuera semejante al suyo. No olvidemos que en tiempos de Jesús la comprensión que se tenía de un discípulo (talmid), primera etapa del aprendizaje hacia la madurez y pleno dominio de la doctrina de los sabios, es que aprende de su maestro no sólo las palabras o doctrina sino también y, de manera muy especial, sus gestos y actitudes. Jesús utiliza este esquema general y lo aplica a sus discípulos transformándolo: exige la dedicación total a su persona en el seguimiento y esto era una innovación en su tiempo. Ningún rabino podía exigir eso de sus discípulos. El servicio a los demás, por tanto, tiene los mismos rasgos que el servicio prestado por Jesús. Y el desarrollo de los acontecimientos mostrará que ese servicio conduce hasta el don de la propia vida, como lo hizo el Maestro. Los discípulos de Jesús han de estar en total disponibilidad para dar y servir. Y Jesús subraya que el servidor que cumple su misión no debe esperar nada a cambio.
En nuestra conclusión presentamos unas preguntas:
El justo vivirá por la fe... ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que realmente orienta mi vida? ¿Soy en verdad una persona "de fe"?
-¿He hecho lo que tenía que hacer? ¿O creo que se me debe agradecer lo que he hecho? ¿Tengo simplicidad de corazón, o necesito continuamente estar recibiendo alabanzas o gratitud de los demás?
 

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